PRÓLOGO: BUENOS DÍAS, Mr. PLEEMAN
La maldita naranja rodó hasta debajo de la mesa. No sin dificultad, Pleeman consiguió alcanzarla.
Se
armó de paciencia y se tomó un respiro para visualizar el siguiente
movimiento. Recordó sus clases de control de la ira. Inspirar, uno, dos,
tres... espirar, lentamente, como un susurro... (¿qué coño hago yo
aquí?); alargó el brazo, como un susurro, como una corriente de agua
fresca, hasta que consiguió que la naranja casi levitara en la punta del
exprimidor (fluir, como el agua, como el viento... Si no fuera por,
¡maldita sea!) Otra espiración antes del impulso final; un pequeño
empujón hacia abajo y todo habría acabado (como los árboles, como las
nubes... como... ) ¡su puta madre!".
La maldita naranja rodó hasta debajo de la mesa. No es fácil hacerte un zumo cuando no tienes codos.
El día no empezaba bien para Pleeman. No es fácil ser un meeple.
2.
- Está bien.
Pensó Pleeman.
Nunca había sido
un meeple de retos. No te pasas una vida obedeciendo las órdenes de los
demás sin que eso deje huella, una especie de resignación orgullosa,
como esos soldados de las películas que llevan los estandartes. Si no
podía hacerse un zumo, bajaría a que se lo hicieran; también es agraable
que le sirvan a uno de vez en cuando.
Se cepilló y
barnizó a conciencia, cogió una pegatna del armario y se miró al espejo.
Le gustaba lo que veía. Una cara más bien redonda, con los pomulos
marcados, le permitía mostrar una sonrisa amplia y franca. Los ojos,
oscuros y pequeños, parecían siempre estar mirando alrededor, como un
gato al acecho. Ignoraba la razón por la que los dioses del azar no le
habían otorgado pelo. "Tal vez para que no olvide lo que soy", se dijo
encogiendo los hombros.
El lunes despertaba. Coches,
motos, personas... a veces era incluso difiícil distinguir unos de
otros, como si una fiesta se hubiera desmadrado, solo que esta fiesta
hacía tiempo que ya no era divertida. Él sabía lo que era divertirse.
Había visto esas mismas caras sobre él muchas veces; unas pensando,
otras riendo, otras conspirando, pero siempre se podía intuir, si uno
miraba bien, una sonrisa escondida detrás de la peor traición en un
juego.
La única traición que no fue un juego fue la que le condenó al destierro.
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